Con el fin de la Guerra Fría, comienza una nueva fase conocida como humanitarismo liberal, en la que el humanitarismo se ve cada vez más influido por factores políticos, económicos y éticos en un mundo globalizado. En este período, la ayuda humanitaria se convierte en un componente estructural de las relaciones internacionales y, a la vez, en objeto de crecientes críticas.
En esta fase, la intervención humanitaria se ha expandido más allá de la respuesta a desastres naturales o conflictos armados, involucrando un enfoque más amplio que incluye la protección de derechos humanos, la promoción de la democracia y el desarrollo económico. Sin embargo, también ha surgido un mayor grado de politización y manipulación de la ayuda, con gobiernos y actores financieros influyendo en la distribución de la asistencia. Según Antonio Donini, la politización y manipulación forman parte del ADN de la acción humanitaria moderna, que a menudo se utiliza para promover agendas geopolíticas.
Durante esta fase, las organizaciones humanitarias se han enfrentado al reto de mantener su neutralidad e independencia frente a los intereses políticos y financieros, mientras que nuevas formas de colaboración entre gobiernos, ONG y empresas privadas han surgido para abordar los complejos desafíos del siglo XXI.